sábado, 6 de julio de 2019

Reseña del libro IRIS por Francisco Morales Lomas,  Presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios y miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios. La reseña ha sido publicada en la revista literaria Alhucema que dirige Emilio Ballesteros.



IRIS DE PALOMA FERNÁNDEZ GOMÁ
F. MORALES LOMAS

Con Iris (Ánfora Nova, 2018) Paloma Fernández Gomá penetra directamente en la cotidianidad. Las situaciones del día a día están muy presentes en una obra de las pequeñas cosas y la huella que el paso del tiempo asesta sobre estas, pero también sobre nosotros mismos como agentes últimos de su acción.
A través de la mirada, el sentido que más importancia adquiere en la obra, Fernández Gomá va acercándonos al álbum familiar, a la casa deshabitada, a la alberca, al parque, a las hojas de té, al balcón, a la playa… pero también a los destellos, la noche, el incienso y la memoria.  Precisamente en el poema “Mirada” dirá:
Es la mirada ajada
de los años
la gran ausente de un estereotipo
reglado para los formularios,
un espejo que refleja la agonía
del tiempo concluido,
una barrera incapaz de traspasar
los poros de la piel
que ha consumado horas de espera.
A través de abundantes recursos metafóricos y símiles va estructurando un poemario de la memoria, iniciado con el título Irisen clara alusión a esa mirada, a esa luz que se filtra en él y recorre la vida. Es un camino, al fin y al cabo lleno de surcos y de límites, en el que también hay una contemplación hacia lo vivido, a un tiempo detenido que se trata de recuperar, un tiempo inexplorado incluso que quedó por vivir. Y en ese luminoso recorrido los recursos al campo semántico de la luz no podrían estar ausentes en eseicono de la playa lejana o en el mismo poema homónimo “Luz”: “Un poema se vierte en el núcleo/ del horizonte/ abriendo esquemas aprendidos”.
Así es su poesía un detención en ese horizonte, una visualización penetrante en un tiempo que va delimitando nuestra razón de ser, nuestras palabras y nuestra existencia, y en el que militan la necesidad de crear una custodia en torno a su paso, fundar la fertilidad de los momentos en ese juego de luces y sombras: “Nuestro tiempo es tarea de corsarios/ que trafican con la neutralidad/ y prometen cruzar muros de conjuros y galimatías”.
En su recorrido vital no puede faltar el compromiso en torno a esa ola de refugiados en el poema “Los niños”, ni tampoco la necesidad de renacer continuamente para “recoger las hojas nuevas”. La poesía de Paloma Fernández Gomá siempre vitalista y luminosa, va mirando hacia el futuro y, en este poemario de la memoria, va de un extremo a otro del hilo temporal para describirnos su razón de ser, a pesar del hambre, de las emigraciones. Y para ello la naturaleza, como espacio dotado de energía, con enorme valor metafórico, tiene un valor fundamental.
El poemario deambula pues, entre presente y pasado: de aquel rescata las señales que quedaron adheridas a la existencia, “el coste de sentirse vivo”; de este su improbabilidad, su falta de seguridad y su desolación. Hay una contemplación que nace de esa mirada, con afán de una fotografía que lo inmovilice todo y nos permita adentrarnos con rigor y también la necesidad de soñar, a través de una naturaleza siempre vital en la que ese cofre de los sueños se va forjando como realidad.
Por momentos, ante ese paso del tiempo, surge la nostalgia de lo vivido y también esa alianza con la soledad mientras el alma dormita.
Una poesía muy descriptiva e intimista pero que tanto mira hacia el yo como hacia el mundo en derredor, con expresiones muy sonoras en ocasiones, y otras una callada presencia de la casa deshabitada y “la mirada invertida en la penumbra”. Una lírica para construir el tiempo, la memoria, el olvido y la luz que todo lo imanta desde ese “Iris” inicial:
Somos efímera raíz
de un pasado, que se consume
interpretando el vértice de las estrellas.
Y se inician el vuelo de las tórtolas
detrás de cada mirada, balaustrada ingente
que acoge la espera de las horas
cuando parte el tren
y se difuminan los cercos
detrás de los cristales, vaciando el recuerdo
que se pierde en la mirada.
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Reseña  sobre  Iris por Albert Torés, poeta y crítico literario. Esta resaña apareció en la Revista de Literatura Sur dirigida por el  profesor de la universidad de Málaga Antonio García Velasco y en la revista intercultural  Dos Orillas.


Iris, Paloma Fernández Gomá, Poesía, Colección Ánfora Nova, 60, Rute, 2017.

Por Albert Torès García
                                                                                     Con estos 44 nuevos poemas, la autora madrileña, Paloma Fernández Gomá, rubrica otro poemario esencial donde el compromiso espiritual y literario marca un lugar determinante en su itinerario poético, reforzado por una serie de elementos formales, rítmicos, estructurales y sintácticos que conforman un territorio donde la reflexión y la acción poética, sus deseos más ardientes y sus temores más profundos se suceden para lograr una dinámica espacio temporal que gira alrededor  del espejo para tensionar memoria y olvido, tradición y modernidad: “Así se fue tejiendo la urdimbre/de lo imperecedero/o una presencia de vida acotada/por la materia./Atrás quedó un tiempo inexplorado/que quedó por vivir”, leemos en el poema “La noche”; porque “se difuminan los cercos/detrás de los cristales, vaciando el recuerdo/que se pierde en la mirada” más será “un espejo que refleja la agonía/del tiempo concluido”. En todo caso, la poetisa forma parte de esa tendencia del Humanismo Solidario e introduce un concepto primordial: el de la esperanza. En el poema “Mirada” lo expresa con belleza absoluta “ y en el andén aguardó siempre la esperanza/con sus distintas voluntades/participando junto al tiempo/de versos y testimonios”, bien podría ser no solo el mensaje central sino la poética de Iris donde la mirada tierna y rebelde, humanista y solidaria es el posicionamiento poético de primer orden.
Un poemario que desde el título nos invita a la ensoñación, la diversidad, la complicidad, la victoria de la estética desde la profundidad de los símbolos. Está fuera de duda el evocador poder que encierran los poros de la piel, las hojas del almanaque, los mitos de la noche o los ojos de la lluvia. En Cáliz amaranto, el vaso sagrado de oro o de plata se multiplicaba el entramado simbólico  al asociarlo a las variedades carmesíes, blancas o jaspeadas de la planta amarantácea. Una multiplicación que jugaba además con la posibilidad de la doble acepción del cáliz, el marcado por su lado natural como sería la cubierta externa de las flores completada, o su lado trascendental por su carácter sagrado y diríamos que poético. Por tanto, nuestra autora insiste en ese recorrido y para ello hará recursos de binomios contrapuestos, la luz y la oscuridad, las entrañas y las apariencias, el sueño y la vigilia, el recuerdo y la conciencia.
Paralelamente la autora inserta esas relaciones esperanzadores de la humanidad con la naturaleza, la tierra, los orígenes que, por un lado, expresan la fortaleza del vínculo y por otro la fragilidad de la vida. Probablemente por ello, inicia su poemario con una cita de Garcilaso de la Vega: “Ves aquí un prado lleno de verdura,/ves aquí una espesura,/ves aquí un agua clara/en otro tiempo cara,/a quien de ti con lágrimas me quexo”.
Desde luego, hay una sugerente fijación en observar y describir la naturaleza, con la voluntad acaso de aprehender el paisaje como un modo de representación de la humanidad con respecto al mundo. Los ejemplos se multiplican (las orillas, las riberas, las colmenas de miel, los campos, el agua, el lumen, el brote de los tallos, la siembra, el fruto, etc…) y si las flores muestran la fragilidad de la vida frente a la muerte así como el paso del tiempo, el agua como río, como arco demuestra la esperanza, la vida en toda su plenitud. Por tanto, esa recurrencia léxica se estructura como instrumento poético para la caracterización de lo tangible y lo imperceptible, contrastando con un glosario actualizado de organigramas, ordenadores, contraseñas que acoge no solamente los sueños que se reflejan en espejos, sino asuntos como la emigración, la otredad, la diversidad de lengua, en definitiva, todo un imaginario humanista solidario. Por ende, la evocación natural refuerza un lenguaje lírico armónico, de esta suerte los campos léxicos de los pistilos, el polen, los narcisos, la rúcula, el ciclamen, la espiga, el germen, el mirto, el néctar de las flores hasta las flores secas son testigos excepcionales. Todo se orienta a despertar los sentidos del lector. Los vínculos que se crean,  encuentran un empleo metafórico de la naturaleza como reflejo de las emociones. Conviene por tanto delimitar el marco del paisaje como eje vertebrador del poemario Iris. Tampoco puede permanecer ajeno el guiño de la poetisa a la tradición. Al acto propio de la metamorfosis donde puede incluirse el propio proceso escritural le añadimos la amplitud misma de recurrencias, tal es el caso de carpe diem coincidiendo con un poema con ese mismo tema. El precepto artístico según el cual hay que renovar o morir halla su razón de ser en este poema, de hecho se debe “nacer en cada momento/para recoger las hojas nuevas”. Poner libertad en esas esferas de reescritura es a todas luces congruencia formal y proceder natural de toda poesía que se precie y de este hermoso poemario en particular. Emociones que vendrán reforzadas por la belleza del paisaje, los sentimientos de la humanidad y la naturaleza como si fueran las lágrimas de Afrodita y  Apolo el riego del árbol para aparecer en todo su esplendor. A todas luces, la fuerza de la pasión amorosa es elemento determinante en el florecimiento de lo natural, que además es un rasgo escritural recurrente en la obra de Paloma Gomà. El propio Garcilaso planteaba un juego sobre lo claroscuro, sobre el vaivén entre pretérito y presente, el mundo de lo vivo y el de la muerte. Por ello, la cita de Garcilaso es un principio de declaración que atestigua ese testimonio de contrarios. La poetisa establece de ese modo un vínculo transparente entre las alusiones al estado del alma, incluso a la significación de su ser  con respecto al mundo y el mundo vegetal, la flora, el paisaje, ambos dominios bajo el manto de la palabra. A todas luces, la naturaleza desprende una sensualidad que será puesta en contribución dentro de la creación de un nuevo espacio, tal sería el esparcimiento artístico y espiritual.
Destaca de partida, o por ser exacto, al término de la lectura, que la escritura poética de Paloma Fernández Gomá se atenga al espacio, al símbolo, al concepto, a la metáfora, a los astros y sustente una lírica inspección a algunos lugares que han sido y son centro de hechos cruciales para la humanidad, en gran parte se materializa una invitación a compartir sensaciones y reflexiones pero sin recurrir a la interrogación. Lo veíamos en Cáliz Amaranto y ahora en Iris, no es libro de preguntas sino de categorizaciones naturales, una suerte de mirada paradigmática que trenza el arte de la escritura con la historia, el amor con el paisaje, la vida con la palabra plena.
Sin duda, Paloma Fernandez Gomà atiende a la concepción de Roland Barthes de sentir la poesía como lenguaje soñado, un lenguaje que aproxime lo imaginario a lo familiar, el símbolo al dato literal y al tiempo que superponga nuestra capacidad para soñar y, desde luego, actuar en un incesante retornar, un comienzo inacabable. El poema “Comenzar de nuevo”, da muestra de ello:
Queda la fugacidad de lo vivido
El espejo marchito y los surcos desdibujados.
La mirada se preña de cansancio, obstinándose
En mirar de nuevo, pero siempre contempla lo mismo:
Filtros que guardan sueños, un rumor discontinuo
Y un paisje difuminado.
La perspectiva se hace opaca
Y se hunde en ritos de silencio.
Después comenzar de nuevo,
Volver al requisito establecido
Para que comience la primavera.
        
Iris viene a reforzar una obra de gran creatividad, una trayectoria poética incontestable donde la atención al lenguaje soñado es un rito del que no queremos despertar.
                                     
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Crítica | El último poemario Paloma Fernández Gomá

 27 julio, 2018

© MANUEL GAHETE  (*)

Iris, la reciente obra de Paloma Fernández, aúna esencialmente dos conceptos capitales: el pensamiento mítico y el ansia de la solidaridad. Ambas ideas se alían para consolidar un libro homogéneo, bien estructurado y siempre atento a la complejidad y belleza del lenguaje poético, expresión señera de lo no táctil, de lo espiritual, de lo invisible, de todo aquello que concierne al ser humano y muchas veces no alcanzamos a comprender. La mitología griega describe a Iris como hija del dios Taumante y la oceánida Electra, hermana de las Harpías y de Arce, mensajera de los titanes. Mensajera de Hera y de los dioses, tal como se la describe en la Eneida y en la Ilíadarespectivamente, Iris se representa como una joven  y hermosa virgen, provista de alas doradas y túnica multicolor, viajando a la velocidad del viento de un extremo a otro del mundo, a las profundidades del mar y el inframundodonde tenía libre acceso. El jarrón con agua del río Estigia, que hace dormir a los que perjuran, y el caduceo que la asocia a Hermes son sus atributos; pero Iris no ha pasado al imaginario colectivo como mensajera de los dioses, ni siquiera como suministradora del agua a las nubes, sino como la diosa del arco iris que anuncia el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta, cuyo clamor, como canta Paloma, se cuela por los poros y deja en la noche “un extraño rescoldo de olor a hollín”.
Siguiendo y persiguiendo esta serenidad que anunciaba la diosa alada frente al fragor del rayo, Paloma Fernández Gomá nos invita a participar de la comunión con la naturaleza. La cita de Garcilaso que preludia la primera parte es clave para comprender el esperanzador carácter de locus amoenus que empapa toda la obra. Pero en el juego poético interviene también otro campo semántico referencial que alude directamente al iris, la membrana coloreada y circular de nuestros ojos cuya función principal consiste en controlar la cantidad de luz que proviene del exterior. Estos dos vértices configuran un curioso entramado de posibilidades poéticas que se van yuxtaponiendo, entibados sobre un lenguaje propio de asociaciones asombrosas a las que nos tiene acostumbrados la poeta. En su discurso poético, simbólico y metafórico,Fernández Gomá nos va proyectando imágenes visualmente poderosas donde se alean el ritual de las vivencias y la orfandad de los sueños. La mirada sirve para establecer ese puente invisible entre lo externo y lo íntimo, lo material y lo ilusorio. Es sin duda el motor esencial que nos capacita para reconstruir con palabras el universo visible que penetra en nuestro ánimo a través de los sentidos. Cuando Platón, en el Cratilo, intentaba desentrañar los significados de los nombres, asociaba no sin cierta razón el vocablo eros (‘amor’) con el de héroes; y este con eirein (‘hablar’) que, a su vez, se identificaba con Iris, la diosa transmisora de los mensajes de los dioses y, como tal, personificaba la dialéctica y la filosofía. Todos estos elementos interfieren en la alocución de Paloma que, consciente de los proteicos significados de las palabras, recrea un mundo mítico donde se espejan las preocupaciones latentes de una sociedad deshumanizada que se olvida de proteger todo aquello que propicia ya no solo el bienestar sino la supervivencia. Fernández Gomáreclama esas playas lejanas de color corinto que esperan el retorno de los centauros con torsos de aceituna; en definitiva es un clamor fúlgido que pretende rescatar la pureza primitiva y frenar el derramamiento de los cálices, la savia viva derrochada por los oscuros intereses de un marketing corruptor que nos arroja a la frustración y el nihilismo; y “mientras tanto el iris duerme / en la mirada”.
Paloma escoge a Juan Ramón para iniciar la segunda parte de su enunciación lírica, pero no se trata de una cita serena que evoque el sosiego del jardín o la mirada romántica de un poeta ensoñado. Ahora nos enfrentamos a ese lamento antiguo que no permite acordar realidad y deseo. La añoranza de los días acaecidos empapa estos poemas. El anhelo de un mundo más humano siembra de lamentaciones las páginas de Iris. Comprometida con una realidad cercana que nos afecta a todos pero a la que damos la espalda fácilmente, Fernández Gomá nos pone en aviso de nuestra negligencia ante esa “oleada de refugiados” que “deambula entre angarillas y dolor”. El poema “Los niños” rezuma una afección infinita a los desheredados y un irremisible sufrimiento por quienes no tienen ni siquiera lo básico para sobrevivir: “El llanto de los niños excluidos / de las arcas de la abundancia / tiene un largo recorrido de siglos y acero”. Pero seguimos callados, indolentes, poseedores confesos de “una conciencia oxidada” que obliga a clamar: “¿Qué clase de deslealtad hemos heredado / para que nuestras naves hereden el clamor de la sangre?”. Paloma reclama la constante renovación, el carpe diem del alma que no anegue nuestra memoria, que nos incite a recobrar el orden solidario que nos esforzamos en olvidar y proyecte en nuestro iris toda la luz que irradian los ojos de los niños condenados a padecer los desmanes de los jinetes del Apocalipsis.
Federico García Lorca inicia la andadura de la tercera parte. No arriesga Paloma en sus mentores. Sigue fielmente a quienes sabe que no van a desviarla del sendero fértil de la poesía. Ahora la mirada se interioriza, el iris se cierra dejando a los dioses pacer en el elíseo. La luz ilumina el centro más profundo del alma, el camino más angosto, la razón última de lo que somos y quizás de lo que queremos: “El coste de sentirse vivo, / ser el que siempre has querido ser, / estar en el momento justo / en el sitio adecuado”. La elegía del recuerdo, el tópico inefable del tempus fugit que nos estigmatiza y nos libera, la calma tras la tempestad…, todo pasa, todo fluye pero queda “la erosión constante de los años / en el envés de la carne”. Por mucho que gritemos, “leve es la voz que se hace perpetua”. Por más que nos esforcemos en la superación del olvido, “el iris contempla el asolado rincón / de los juegos”. Por más que nos ocultemos en el fatal delirio, “la palabra tiene la libertad / de explorar nuevos territorios / y abrir todas las puertas”. Y tal vez porque no somos dueños de nuestro destino, a veces ni siquiera de nuestros propios actos, cuando alcanzamos un vestigio de luz o nos asubiamos en el sosiego de un instante somos capaces de entendernos, hasta de amarnos, dejando en lugar de espinas la paz de nuestro silencio, el calor de nuestro de cuerpo, la verdad de la mirada. Como Iris, la poesía trae la lluvia a la niebla de los ojos oscurecidos, permite que el amor asperja todos los rincones de la casa porque los niños tienen casa donde poder ser amados y semilla la tierra, dragándola de zarzas, para que comience de nuevo a renacer la primavera.
* Manuel Gahete es poeta y crítico. Presidente de ACE Andalucía
                                                              *************************
 Reseña publicada en ACE Andalucía por la profesora y crítica literaria Ana Herrea.

Iris de Paloma Fernández Gomá.


Por Ana Herrera
Tres partes en torno al iris es la forma que adopta el poemario de Paloma Fernández Gomá. Introduciendo la primera parte, unos versos de Garcilaso de la Vega, reconocido “Príncipe de los poetas españoles”, nos invitan a dirigir la mirada hacia una naturaleza idealizada. A continuación, el primer poema del libro lleva por título “Iris”.
¡Cómo pinta el deseo los colores del iris en las nieblas de la vida!, nos dejó escrito Rabindranath Tagore, y es de esta pintura de la vida de donde nacen los versos de la voz poética:
“El destello que se filtra en la mirada
y el hueco de la luz en el iris
siempre permanecen
en una vigilia continua […]”
Una vigilia atenta a todas las vivencias, “la cuenca profunda que recorre la vida”,con todas sus presencias, su noche y sus sentidos.
“El surco hendido desde el que observamos
la tenaz persistencia de los crótalos
que anuncian nuestras estaciones”.
Y la identidad del tiempo pasado, presente y futuro como una constante, como la esencia que todo lo impregna. Maestra de los recursos literarios, muy especialmente de la metáfora, la autora sabe crear un universo de belleza incomparable en la creación poética. Nos conducen sus palabras de la noche a la luz, por playas “en tardes de calima / cuando el rigor del viento / amortigua el peso de los años”, por tardes de tormenta que observa “a través de las rendijas del tiempo”, que la transportan a su infancia, a sus calles, a su tilo.  “Y mientras tanto el iris duerme en la mirada”. “Y todo fue tan breve”.Y vuelven las pupilas, la mirada, las gotas, la lluvia y el agua como símbolos de una existencia que pasa cargada de esperanza. “Es la mirada ajada de los años […] / cada hoja del almanaque tuvo su color[…] / y en el andén aguardó siempre la esperanza”.Aún nos espera un sublime final:
“La pisada hundió la semilla
para que el fruto germinase
en el cuenco de nuestras vidas”.
Nos adentra Juan Ramón Jiménez en la segunda parte del poemario con su particular visión sobre la arquitectura de los sueños. En ese camino, Paloma Fernández Gomá construye su arquitectura poética en una ronda por los días que asoman su paso a los montes, a la noche, por senderos preestablecidos, por las tardes en la nostalgia, o por los desafíos deshojados junto a la almohada. El origen de todas las cosas, la fertilidad, el principio y el final son el hilo conductor de su voz en poemas como “Vendimia” y “Ruiseñor”, reflexionando en este último, además, sobre el tiempo, la razón y el acto del pensamiento. Un canto a los niños vestidos de exclusión, a los refugiados que vierten su sangre en otras orillas que no son las suyas, una llamada de atención a nuestras conciencias, desde su posición de poeta humanista y solidaria, son otras de las razones de estos entrañables versos. Su crítica a las actitudes del hombre moderno concluye en una invitación al Carpe diemy a un renacimiento continuo. Elementos como la ventana sirven de soporte al iris que nos reencuentra con el mundo: los árboles, la luz de los patios, las abejas, el néctar de las flores, las tórtolas, el viento, y, en definitiva, la belleza de una naturaleza viva que llena nuestra mirada.
“Dirijámonos a las soleadas llanuras de Italia. El invierno llegará pronto y vestirá estos parajes indómitos de una doble desolación. Pero nosotros cruzaremos estas áridas cumbres y la llevaremos a escenarios de fertilidad y belleza en los que su camino se verá adornado con flores y el ambiente alegre le inspirará placer y esperanza.” Recordemos estas palabras de Mary Shelley que nos transportan a estas otras de la autora que estudiamos:
“Si es deslumbrado el pecho por rayos nocivos
y el indiviso fruto del origen perdiera su fuente,
pastos y sementeras andarían desnudos
en el cruce de los caminos
reclamando un tiempo de fértil vendimia”.
Son Poemas en su conjunto escritos en verso libre y de léxico culto que visten la alegoría, transformando la realidad física más cercana del yo poético en un universo de sentimientos y experiencias profundas, y que requieren un ejercicio de lectura atenta y concentrada. Su belleza llega a ser sublime.
En la tercera y última parte, el genio de Federico García Lorca nos abre las puertas al camino. Un camino que Fernández Goma inicia desde el pasado, “Ahora vuelvo la mirada / hacia el recuerdo”. Tiempo plasmado en fotografías y en la propia conciencia que demandan fidelidad a uno mismo. Y aparecen, de nuevo, el mar, la mirada, la erosión de los años, el ayer y el presente, la ventana y la calle conformando la experiencia de la vida, que se convierte en un parque inmóvil, contemplado desde la tarde, donde el paso del tiempo aún persigue la utopía de los sueños incumplidos. Su alma se viste, al mismo tiempo, de nostalgia y de destellos. Recuerda lacasa, el almíbar, el patio, los leños, la alacena, la miel, el pan caliente, las manos llenas de harina, la ropa de los armarios, el café caliente, los libros, la libreta de notas, los cuadros, los pasillos, la luna, la alberca entre la oscuridad y la luz, el balcón y las farolas en la noche, las estaciones, los niños, los juegos, el álbum familiar, la Nochebuena…, pequeños detalles que, desde el amor, son dulcificados en la esperanza de nuevos tiempos. Otras, contemplados desde la desolación. Y siempre permanece la exaltación del Sur, del mar, de los navegantes. Y siempre, aproximándose al poeta -Lorca-, canta el sujeto poético: “La palabra tiene la libertad / de explorar nuevos territorios / y abrir todas las puertas”.Otorga, pues, Paloma Fernández Gomá, un lugar de privilegio al poeta. Y, en ese continuo contraste entre la luz y las sombras, “A veces hay ángeles que caminan por porches y plazas […]. / Solo queda la paz de su presencia / el calor de su rastro abriendo / todas las puertas”.
Decía Antonio Machado, desde su alma universal y atemporal: “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”.
            La voz contundente de Paloma Fernández Gomá cierra las páginas de este Iris con versos de equiparable grandeza: “Queda la fugacidad de lo vivido […]. / Después comenzar de nuevo, / volver al requisito establecido/ para que comience la primavera”.
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RESEÑA APARECIDA EN FOCO SUR (ALMERÍA), POR PILAR QUIROSA

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30 JULIO 2018

LOS SÍMBOLOS DE IRIS


Reseña publica en la web de ACE Andalucía
 MANUEL GAHETE PRESIDENTE DE ACE-
Desde que conozco a Paloma Fernández Gomá no ha dejado de crecer en ambición literaria y amplitud de miras. Con catorce años, en el bullir de la adolescencia, llega a Algeciras para quedarse definitivamente. Esta "algecireña nacida en Madrid", como le gusta llamarse,  ha dedicado su vida a la enseñanza de la Historia, la pasión por la Literatura y el eficiente cometido de la gestión cultural. En este sentido, fundó y dirige la revista cultural de ámbito internacional Dos orillas, denominada anteriormente Tres Orillas, con el deseo consciente de aunar la estrecha línea que une más que separa el continente europeo del africano. Por esta magnífica labor intercultural ha sido reconocida en una y otra orilla del Estrecho; y así posee títulos como la mención extraordinaria de la Asociación de Mujeres Progresistas Victoria Kent de Algeciras y la  insignia de la ciudad que concede el Ayuntamiento de Algeciras. Desde otro ángulo, Fernández Gomá es miembro de honor de la Asociación de Escritores Marroquíes en Lengua Española y fue asesora literaria del Instituto Transfronterizo del Estrecho de Gibraltar hasta su cierre.
Su obra personal, traducida al mallorquín, árabe, inglés, francés, rumano, portugués e italiano, ha sido ampliamente reconocida. Por ella, la Fundación Dos Orillas de la Diputación de Cádiz le concedió el Premio La Barraca de las Letras y la Cooperación. Es miembro además de la junta directiva de la Asociación Internacional Humanismo Solidario y de la junta directiva de la Asociación de Escritores y Críticos Literarios de Andalucía. Y asimismo delegada por la provincia de Cádiz de la Asociación Colegial de Escritores de España, sección autónoma de Andalucía. Es consejera de número del Instituto de  Estudios Campogibraltareños y pertenece también a la Asociación de Mujeres y Letras de Barcelona y a la Fundación Al-Idrisi de Cooperación Hispano Marroquí. Es directora honorífica del Premio de Poesía “Encuentros por la Paz” de San Pablo de Buceite (Cádiz) desde su creación en el año 2005 y dirigió la colección de poesía femenina Calíopeen la editorial Zumaya de Granada. Ha sido incluida en importantes antologías nacionales e internacionales, y su obra está siendo estudiada por las profesoras Susana Medrano de la Universidad San Juan Bosco de la Patagonia en Argentina y Lola Hidalgo Calle de la Universidad de Tampa en Florida (Estados Unidos).
Además de un nutrido número de libros de poesía y cuantiosos poemas en revistas literarias, en narrativa ha publicado numerosos relatos y la obra Veinticuatro retratos de mujer. Son notables sus colaboraciones en libros de homenaje y pliegos poéticos. Escribe crítica literaria en diferentes suplementos literarios y ha impartido conferencias, comunicaciones y recitales en instituciones de diversa índole.
Su última obra Iris, publicada en la prestigiosa editorial cordobesa Ánfora Nova, que dirige el escritor José María Molina Caballero, aúna esencialmente dos conceptos capitales: el pensamiento mítico y el ansia de la solidaridad. Ambas ideas se alían para consolidar un libro homogéneo, bien estructurado y siempre atento a la complejidad y belleza del lenguaje poético, expresión señera de lo no táctil, de lo espiritual, de lo invisible, de todo aquello que concierne al ser humano y muchas veces no alcanzamos a comprender. Ana Herrera (2018) comentarista de la obra, nos recuerda que nuestra autora es diestra en recursos literarios, lo que contribuye  a crear en Iris un universo de belleza incomparable (http://www.aceandalucia.org, 23 de abril).
La mitología griega describe a Iris como hija del dios Taumante y la oceánida Electra, hermana de las Harpías y de Arce, mensajera de los titanes. Mensajera de Hera y de los dioses, tal como se la describe en la Eneida y en la Ilíadarespectivamente, Iris se representa como una joven  y hermosa virgen, provista de alas doradas y túnica multicolor, viajando a la velocidad del viento de un extremo a otro del mundo, a las profundidades del mar y el inframundo donde tenía libre acceso. El jarrón con agua del río Estigia, que hace dormir a los que perjuran, y el caduceo que la asocia a Hermes son sus atributos; pero Iris no ha pasado al imaginario colectivo como mensajera de los dioses, ni siquiera como suministradora del agua a las nubes, sino como la diosa del arco iris que anuncia el pacto de los humanos y los dioses y el fin de la tormenta, cuyo clamor, como canta Paloma, se cuela por los poros y deja en la noche “un extraño rescoldo de olor a hollín”.
Siguiendo y persiguiendo esta serenidad que anunciaba la diosa alada frente al fragor del rayo, Paloma Fernández Gomá nos invita a participar de la comunión con la naturaleza. La cita de Garcilaso que preludia la primera parte es clave para comprender el esperanzador carácter de locus amoenus que empapa toda la obra. Pero en el juego poético interviene también otro campo semántico referencial que alude directamente al iris, la membrana coloreada y circular de nuestros ojos cuya función principal consiste en controlar la cantidad de luz que proviene del exterior. Estos dos vértices configuran un curioso entramado de posibilidades poéticas que se van yuxtaponiendo, entibados sobre un lenguaje propio de asociaciones asombrosas a las que nos tiene acostumbrados la poeta. Y en Iris, más que en cualquiera de sus libros anteriores, el asombro alcanza razón de ser por la presencia de Taumante, el dios marino etimológicamente relacionado con la palabra griega que designaba el milagro, la maravilla.
En su discurso poético, simbólico y metafórico, Fernández Gomá nos va proyectando imágenes visualmente poderosas donde se alean el ritual de las vivencias y la orfandad de los sueños. La mirada sirve para establecer ese puente invisible entre lo externo y lo íntimo, lo material y lo ilusorio. Es sin duda el motor esencial que nos capacita para reconstruir con palabras el universo visible que penetra en nuestro ánimo a través de los sentidos. Cuando Platón, en el Cratilo, intentaba desentrañar los significados de los nombres, asociaba no sin cierta razón el vocablo eros (‘amor’) con el de héroes; y este con eirein (‘hablar’) que, a su vez, se identificaba con Iris, la diosa transmisora de los mensajes de los dioses y, como tal, personificaba la dialéctica y la filosofía. Todos estos elementos interfieren en la alocución de Paloma que, consciente de los proteicos significados de las palabras, recrea un mundo mítico donde se espejan las preocupaciones latentes de una sociedad deshumanizada que se olvida de proteger todo aquello que propicia ya no solo el bienestar sino la supervivencia. Fernández Gomá reclama esas playas lejanas de color corinto que esperan el retorno de los centauros con torsos de aceituna; en definitiva es un clamor fúlgido que pretende rescatar la pureza primitiva y frenar el derramamiento de los cálices, la savia viva derrochada por los oscuros intereses de un marketing corruptor que nos arroja a la frustración y el nihilismo; y “mientras tanto el iris duerme / en la mirada”.
Paloma escoge a Juan Ramón para iniciar la segunda parte de su enunciación lírica, pero no se trata de una cita serena que evoque el sosiego del jardín o la mirada romántica de un poeta ensoñado. Ahora nos enfrentamos a ese lamento antiguo que no permite acordar realidad y deseo. La añoranza de los días acaecidos empapa estos poemas. El anhelo de un mundo más humano siembra de lamentaciones las páginas de Iris. Comprometida con una realidad cercana que nos afecta a todos pero a la que damos la espalda fácilmente, Fernández Gomá nos pone en aviso de nuestra negligencia ante esa “oleada de refugiados” que “deambula entre angarillas y dolor”. El poema “Los niños” rezuma una afección infinita a los desheredados y un irremisible sufrimiento por quienes no tienen ni siquiera lo básico para sobrevivir: “El llanto de los niños excluidos / de las arcas de la abundancia / tiene un largo recorrido de siglos y acero”. Pero seguimos callados, indolentes, poseedores confesos de “una conciencia oxidada” que obliga a clamar: “¿Qué clase de deslealtad hemos heredado / para que nuestras naves hereden el clamor de la sangre?”. Paloma reclama la constante renovación, el carpe diem del alma que no anegue nuestra memoria, que nos incite a recobrar el orden solidario que nos esforzamos en olvidar y proyecte en nuestro iris toda la luz que irradian los ojos de los niños condenados a padecer los desmanes de los jinetes del Apocalipsis. Como manifiesta Ana Herrera (2018) con precisión crítica, Fernández Gomá dirige “una llamada de atención a nuestras conciencias, desde su posición de poeta humanista y solidaria (…). Su crítica a las actitudes del hombre moderno concluye en una invitación al Carpe diem y a un renacimiento continuo”.
Federico García Lorca inicia la andadura de la tercera parte. No arriesga Paloma en sus mentores. Sigue fielmente a quienes sabe que no van a desviarla del sendero fértil de la poesía. Ahora la mirada se interioriza, el iris se cierra dejando a los dioses pacer en el elíseo. La luz ilumina el centro más profundo del alma, el camino más angosto, la razón última de lo que somos y quizás de lo que queremos: “El coste de sentirse vivo, / ser el que siempre has querido ser, / estar en el momento justo / en el sitio adecuado”. La elegía del recuerdo, el tópico inefable del tempus fugit que nos estigmatiza y nos libera, la calma tras la tempestad…, todo pasa, todo fluye heraclitaneamente pero queda “la erosión constante de los años / en el envés de la carne”. Por mucho que gritemos, “leve es la voz que se hace perpetua”. Por más que nos esforcemos en la superación del olvido, “el iris contempla el asolado rincón / de los juegos”. Por más que nos ocultemos en el fatal delirio, “la palabra tiene la libertad / de explorar nuevos territorios / y abrir todas las puertas”. Y tal vez porque no somos dueños de nuestro destino, a veces ni siquiera de nuestros propios actos, cuando alcanzamos un vestigio de luz o nos asubiamos en el sosiego de un instante somos capaces de entendernos, hasta de amarnos, dejando en lugar de espinas la paz de nuestro silencio, el calor de nuestro de cuerpo, la verdad de la mirada. Bendito mensaje, Paloma, del que tanto estamos necesitados todos. Como Iris, la poesía trae la lluvia a la niebla de los ojos oscurecidos, permite que el amor asperja todos los rincones de la casa porque los niños tienen casa donde poder ser amados y semilla la tierra, dragándola de zarzas, para que comience de nuevo a renacer la primavera.
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