lunes, 19 de febrero de 2018

Nuevo libro del escritor León Cohen, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger con prólogo de Sergio Barce.
Introducción escrita por el autor León Cohen, tal y como figura en el libro
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Introducción

Como parece que no existe acuerdo sobre  los significados o más bien sobre las diferencias entre las palabras prólogo, prefacio e introducción, he elegido para este primer encuentro del lector con el libro y con su autor, la palabra introducción, cuidándome en lo posible de no invadir la función del prologuista.
     ¿Por qué este libro? Las razones pueden ser diversas, pero la fundamental, es rendir tributo a dos ciudades a las que a través de la memoria y la nostalgia no he dejado nunca de pertenecer, y que siempre me han acompañado ya  sea en el recuerdo o en sueños. Así, para lograr mi objetivo,  he creído conveniente  agrupar algunos relatos conocidos y publicados en mis libros anteriores, como Relatos robados al tiempo, La Memoria blanqueada  o Entre dos aguas; con relatos y cuentos  inéditos. Mediante una selección cuidadosa, he procurado que todos los relatos-cuentos aquí incluidos, constituyan un conjunto homogéneo, cuyo  denominador común son las dos ciudades protagonistas: Larache y Tánger. Se caracterizan porque en ellos, las personas dejan paso a las ciudades y estas se expresan a través de los recuerdos y de los  sentimientos del autor. Sus cafés, sus edificios, sus librerías, sus playas, sus calles y determinados  personajes  reales o de ficción, cobran o recobran vida  y sirven de trasfondo a las historias que se cuentan. Así la calle Barcelona o la calle Real en Larache y la calle Goya o el Boulevard Pasteur en Tánger, se muestran en todo su esplendor o su miseria, según se tercie, pues el autor sitúa sus recuerdos o su imaginación en determinada época comprendida entre los años 50 y finales de los 60 del siglo XX, que abarca los últimos años del Protectorado Español y los primeros del Marruecos independiente. Aunque aparezcan referencias a tiempos anteriores y posteriores a las fechas indicadas, todas las recreaciones fueron escritas en este siglo y alguna en este mismo año 2017. El niño y el joven vivieron en ambas ciudades y el adulto recuerda y escribe sobre esas  vivencias. El recuerdo no es deformado por el tiempo, puesto que es recuerdo  presente del pasado y no se le puede exigir precisión histórica, que por otra parte en ningún caso busca o persigue quien recuerda. Pero la interpretación de la realidad sí depende de la fidelidad de la memoria  y está sujeta a la subjetividad de quien recuerda y también al paso del tiempo.

1
Larache se manifiesta como el paisaje de la infancia y de la adolescencia del autor, como su casa materna. Por su emplazamiento en la desembocadura del rio Lukus en el mar Atlántico, por su luz cegadora en verano, por sus avenidas y sus cruces de caminos, por sus cuestas, por su inigualable balcón sobre el mar, por su barra donde siguen rompiendo con ímpetu y bravura inusuales las olas de un mar bravío, por sus playas tan originales como diversas, por sus riquezas agrícola y pesquera, por sus salinas,  Larache se  me antoja como un pequeño paraíso donde nacer es una suerte del destino. En alguna parte escribí:  “I was born in a little and beautiful town, near the sea, near the sun.”
Pero una cosa es Larache, el paisaje,  y otra la época que me tocó vivir. Una cosa es el continente y otra el contenido.  No me voy a referir a lo político porque de todos es conocido,  y además, porque por razones de edad, no era esa una cuestión que a mí me afectara ni mucho ni poco, todavía. Pero en lo social, aquel no fue precisamente un periodo dulce o de justicia social. Digamos, que casi todos por no decir todos, éramos o fuimos pobres, sobre todo si comparamos la situación con las vividas luego en democracia en España y en Europa. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán, aunque en nuestro caso, esa igualación por lo bajo resultó positiva en el sentido de que  no hubieron  en general desigualdades sociales significativas, y al menos en nuestro entorno, no era posible envidiar a quien no tenía. Lo que sí es cierto y me atrevo a afirmar, es que lo que se dice pasar hambre como la generación anterior, a nosotros afortunadamente no nos tocó.  Fueron unos años de escasez y de carencias evidentes e innegables, que tampoco nos afectaron demasiado (digo a los niños) porque no habíamos conocido otra cosa. A pesar de todo, fuimos niños felices y juguetones, conocimos la solidaridad de los que nada tienen. Recibimos una educación primaria y secundaria de calidad, gracias a diversas instituciones como el Patronato, los Maristas, las Monjas, la Alianza israelita o la Misión universitaria y cultural francesa. Aunque  algunos, los que estudiamos en el Colegio Francés, para acceder a la secundaria tuviéramos  que desplazarnos a  otras ciudades más o menos cercanas. 
Creo haber descrito aquella época con crudeza, en varios relatos y más concretamente  en uno titulado “Los trenes de mi infancia” : “Era la tristeza de unos niños hambrientos de tren, de “fuerte”, de soldaditos de plomo, de balón de reglamento. Era la mirada angustiada de unos niños de posguerra, dentro de aquellos pantalones “tres cuarto” zurcidos, dentro de aquellos “jerseys” oscuros como la época, dentro de aquellos eternos zapatos “gorila” a los que mamá había tenido que coser el contrafuerte para que aguantaran un invierno más. Toda nuestra infancia, toda nuestra España, era un parche para seguir tirando, porque cuando fuésemos mayores, seríamos otra cosa  nos compraríamos el tren o la bicicleta que los mayores no querían o no podían regalarnos. Pero, ¿Quienes eran estos Reyes Magos tan pobres, tan poco generosos ?. Lo habían ido dejando todo en el camino, por Francia, por Europa, claro, como España estaba al final del trayecto... eso nos decían. Ni siquiera teníamos niños a quienes envidiar,  todos éramos pobres.”
De esa primera infancia, destacaría por encima de todo, sus olores: olor a marisma, a yerbabuena, a culantro, a pinchitos, a “chuparquía”, a pan amasado y cocido en el horno del Zoco Chico, a “jaban coluban”, a sardinas asadas, olor a Camel de los cigarros que fumaban mi padre y mis tías, a dafina, el guiso de los sábados en casa de mi abuela Luna,  a especias de los puestos y las tiendas, a grasa de cordero y a badana  de los puff (que creo tenían el mismo origen)…Hace muy poco tiempo empecé a escribir un relato del que extraigo el comienzo. Aliocha soy evidentemente yo, y lo que cuento es exactamente lo que me parecía mi vida en esos primeros años en Larache, mi pueblo natal. Nadie elige donde nace, ni donde transcurrirá su primera infancia,  pero puede ocurrir que el  lugar de nacimiento determine su manera de ser y de percibir el mundo.
Larache: Primeros pasos
“Aliocha ha salido a pasear sin objeto, camina con alegría, es muy  joven y la vida para él es un descubrimiento diario. Todo le sorprende y le asombra. Mira con admiración a su padre y trata siempre de contentar a su madre. Quiere agradar. Son sus primeros pasos por el camino. Cree que todos los que le rodean son sus maestros y que todos encierran algo que aprender. No se hace planteamientos extraños, ni preguntas sin sentido. Los maestros están para enseñar y la letra con sangre entra, como dice su amigo Nisimico, que por cierto es bizco. Hay que ser disciplinado y aplicado. Siempre va contento hacía el colegio. Le gusta. Sus amigos son numerosos y virtuosos. Su madre le canta el ángel de la guarda antes de dormirse: “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”. Tiene una familia amplia y se siente reconfortado y protegido. La naturaleza es misteriosa y bella. Siempre se extasía ante los colores de algunas mariposas. El campo huele a vida. Aliocha es un niño feliz y tan ingenuo que conmueve. Su padre le puso ese nombre, el del más pequeño de los  Hermanos Karamazov en homenaje a Dostoievsky. Aliocha es curioso. Recorre con los amigos todas las calles y callejones de su pueblo. No hay rincón que se le resista. A su edad es algo atrevido. Pero él quiere saber dónde vive. Cuando no tiene colegio, le gusta estar en la calle a todas horas, incluso  a la sagrada hora de la siesta, y eso le ha acarreado algún que otro disgusto con los padres de sus amigos. Le encantan los juegos y los practica todos. Ha aprendido a convivir con el espléndido sol y con el mar majestuoso. Le sorprende la belleza de los acantilados de su pueblo natal y la bravura de su mar. Aliocha ama la vida y sus encantos. Sus amigos, van a la Iglesia, a la Mezquita o a la Sinagoga. En esto, él se siente un poco despistado y no entiende muy bien estas cosas, que en cierto modo le resultan extrañas como niño que es. Pero, en el fondo le da igual entrar en un templo que en otro, con tal de acompañar a algún amigo. Luego los dos se ríen, como si les hicieran gracia estas cosas de mayores. A él lo que le ocupa y le distrae es correr, saltar y jugar todo el tiempo. También ha descubierto el cine y le apasiona ver películas, incluso en sesión continua. Aliocha es un niño feliz. “
Fui por lo tanto un niño larachense feliz y desde el recuerdo de esa felicidad primera, al adulto solo le queda rendir tributo a su pueblo. Y ese homenaje queda reflejado en mis relatos, que también pretenden hacer realidad el sueño de una noche de verano, que empezó seguramente, cuando desde la ventana del ático de Edificio Bustamante, el niño que yo era, contemplaba con deleite, en las noches cálidas de verano, las luces de los pesqueros en el horizonte que  le ofrecía el Balcón del Atlántico.
2
Para hablar de Tánger, quisiera empezar citando unas hermosas palabras de Domingo del Pino, que definen magistralmente lo que él acertadamente llama: “ la utopía necesaria …que tanto si fue cierta como si no lo fue, merecería haberlo sido.”  En esta frase se condensan los sentimientos que nos provocan los recuerdos a aquellos que un día fuimos y nos sentimos tangerinos. La permanencia de esa duda de no saber con certeza si lo vivido fue real o imaginado, de no saber si aquel  paraíso existió o fue soñado. Tal fue la utopía tangerina. Dejemos hablar a Domingo. 
“La utopía necesaria de Tánger que estamos construyendo a partir de Antonio y Emilio es un hermoso edificio de palabras y recuerdos, que flota en el ambiente con mayor fuerza que la realidad y que nos recuerda que tanto si fue cierta como si no lo fue en todos sus matices, merecería haberlo sido. Se trata, ni más ni menos, de disponer de un lugar donde poder ser judío, cristiano, musulmán o agnóstico en libertad, de profesar las ideas que cada cual profese sin temor y sin violencias, de respetar la forma en que cada cual expresa su relación con el amor, que es lo que distingue al ser humano – hombre y mujer – de los seres irracionales.”
En ese mismo sentido expresado por Pino, es muy representativa esta reflexión de Eduardo Haro Tecglen: “Muchas veces pienso que Tánger era un estado de ánimo y que probablemente se instala para siempre en esa parte un poco fantasmal de la memoria, en la que algunas personas no sabemos distinguir lo que fue verdad de lo que fue mentira.”
 Siguiendo con las citas de otros, el  comentario que sigue de Raquel Cornago de Radio Sefarad sobre mis relatos y cuentos tangerinos, donde se hace referencia a algunos aspectos fundamentales subyacentes en las intenciones del autor  expresados con palabras justas y cariñosas.
El escritor larachense León Cohen Mesonero ha dedicado varios hermosos homenajes a un tiempo y a una ciudad, Tánger, recordada, recreada y revivida en una decena de relatos cortos que, nos dice,  son además  “tributos a la amistad y a la multiculturalidad”. Cohen, que eligió ser tangerino, y es autor de títulos como Entre dos aguas,  La memoria blanqueada  o el más reciente Apuntes, recorre lugares entrañables de la ciudad de su juventud- el cine Goya, el Roxy, el Lycée Regnault, la calle Juana de Arcorevisitando personajes reales y ficticios nacidos de sus recuerdos y de su pluma: Mohamed Chukri, Ángel Vázquez, Juanita Narboni, Sol Bensusan, Simon Cohen, David Mamán, Gerard Zaoui, Monsieur Rousseau y Monsieur Fabre, Mme Bouadana…  “
 Por mi parte, creo lo más adecuado dejar hablar a Juanita, personaje de uno de mis cuentos, titulado  “Encuentro en Tánger” .
“Porque los tangerinos no hablábamos varios idiomas, los interiorizábamos y los hacíamos nuestros. Decía un famoso filósofo español, creo que era Emilio Lledó: “Los otros son otros en la medida en que son diferentes de nosotros; la otredad es entonces esa posibilidad de reconocer, respetar y convivir con la diferencia”. Sin embargo, la manera tangerina de considerar la “otredad” enriquece, profundiza y amplía  esa hermosa definición. No se trata ya solo de tolerar o de aceptar al otro, los tangerinos dimos un paso más, en el sentido de  considerar al otro como a uno mismo, de ser en definitiva  igual que el otro, de forma que el otro deja de ser otro y por tanto diferente. Y qué mejor para conseguirlo que hablar como el otro. Cuando una o uno se refería o pensaba en Gerard, Maurice, Khalid, Carmen, Alberto, Luigi o Rachida, solo veía unos rostros o más precisamente unos seres, cuyos nombres no eran más que etiquetas para distinguirlos, sin ningún otro prejuicio o componente racial, social o religioso. ¿Quién podría sentirse extranjero en aquel Tánger?”
La culminación de aquel viaje al tiempo de la adolescencia en Tánger, son mis tres últimos  relatos-cuentos escritos entre 2015 y 2017: La Librairie des Colonnes, la Calle Goya y Encuentro en Tánger, un homenaje de cariño a una época y a una  ciudad como Tánger, que como narrador intento interiorizar y convertir en el  escenario y  en el objeto central de las tres historias que  te invito a leer y a interpretar desde tu posición de lector  ajeno a mis  vivencias.
En el primer cuento  que aquí te presento, La Librairie des Colonnes, te toparás amigo lector, con una especie de museo viviente donde tres mujeres reales guardan las esencias culturales de aquella ciudad que yo llamaría multidimensional, pues muchas fueron sus dimensiones. También podrás asistir a un intercambio dialéctico entre personajes reales y de ficción, donde el propósito es mostrar y demostrar “la grandeur” y la singularidad de un tiempo y de un lugar incomparables, al menos para los que los vivimos y conservamos  la sensibilidad de recordarlos con cariño.
La Calle Goya, el segundo cuento, que parece, solo parece, algo así como la segunda parte del primero, es sobre todo un paseo imaginario por cada tramo de esa calle, con encuentros ficticios a cada paso, con conocidos, profesores  y amigos, donde sobre todo emergen el cariño por los personajes y  la nostalgia del tiempo perdido, para culminar en un final inesperado, donde los dos amigos se diluyen en el tiempo y la distancia, en una escena que pretende ser símbolo y homenaje a la amistad eterna. 
Encuentro en Tánger, el tercer y último  cuento, relata el encuentro de dos mujeres tangerinas en el  salón de un hotel de Tánger. Juanita Narboni y Sol Bensusán, personajes de ficción, se expresan, se confiesan y a la vez relatan su relación  con su ciudad de origen y la influencia de esta sobre sus personalidades. Siguiendo la misma línea narrativa que en los dos cuentos  anteriores, con este se cierra esta trilogía donde Tánger es motivo y protagonista.

                                                                                  El autor, 2017
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