Nuevo libro del escritor León Cohen, Tributo a dos ciudades: Larache y Tánger con prólogo de Sergio Barce.
Introducción escrita por el autor León Cohen, tal y como figura en el libro
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Introducción
Como parece que no existe acuerdo sobre
los significados o más bien sobre las diferencias entre las palabras prólogo, prefacio e introducción, he
elegido para este primer encuentro del lector con el libro y con su autor, la
palabra introducción, cuidándome en lo posible de no invadir la función del
prologuista.
¿Por qué este libro? Las
razones pueden ser diversas, pero la fundamental, es rendir tributo a dos
ciudades a las que a través de la memoria y la nostalgia no he dejado nunca de
pertenecer, y que siempre me han acompañado ya
sea en el recuerdo o en sueños. Así, para lograr mi objetivo, he creído conveniente agrupar algunos relatos conocidos y
publicados en mis libros anteriores, como Relatos
robados al tiempo, La Memoria blanqueada o Entre
dos aguas; con relatos y cuentos
inéditos. Mediante una selección cuidadosa, he procurado que todos los
relatos-cuentos aquí incluidos, constituyan un conjunto homogéneo, cuyo denominador común son las dos ciudades
protagonistas: Larache y Tánger. Se caracterizan porque en ellos, las personas
dejan paso a las ciudades y estas se expresan a través de los recuerdos y de
los sentimientos del autor. Sus cafés,
sus edificios, sus librerías, sus playas, sus calles y determinados personajes
reales o de ficción, cobran o recobran vida y sirven de trasfondo a las historias que se
cuentan. Así la calle Barcelona o la calle Real en Larache y la calle Goya o el
Boulevard Pasteur en Tánger, se muestran en todo su esplendor o su miseria,
según se tercie, pues el autor sitúa sus recuerdos o su imaginación en
determinada época comprendida entre los años 50 y finales de los 60 del siglo
XX, que abarca los últimos años del Protectorado Español y los primeros del
Marruecos independiente. Aunque aparezcan referencias a tiempos anteriores y
posteriores a las fechas indicadas, todas las recreaciones fueron escritas en
este siglo y alguna en este mismo año 2017. El niño y el joven vivieron en
ambas ciudades y el adulto recuerda y escribe sobre esas vivencias. El recuerdo no es deformado por el
tiempo, puesto que es recuerdo presente
del pasado y no se le puede exigir precisión histórica, que por otra parte en
ningún caso busca o persigue quien recuerda. Pero la interpretación de la
realidad sí depende de la fidelidad de la memoria y está sujeta a la subjetividad de quien
recuerda y también al paso del tiempo.
1
Larache se manifiesta como el
paisaje de la infancia y de la adolescencia del autor, como su casa materna.
Por su emplazamiento en la desembocadura del rio Lukus en el mar Atlántico, por
su luz cegadora en verano, por sus avenidas y sus cruces de caminos, por sus
cuestas, por su inigualable balcón sobre el mar, por su barra donde siguen
rompiendo con ímpetu y bravura inusuales las olas de un mar bravío, por sus
playas tan originales como diversas, por sus riquezas agrícola y pesquera, por
sus salinas, Larache se me antoja como un pequeño paraíso donde nacer
es una suerte del destino. En
alguna parte escribí: “I was born in a little and beautiful town,
near the sea, near the sun.”
Pero una cosa es Larache, el paisaje, y otra la época que me tocó vivir. Una cosa es
el continente y otra el contenido. No me
voy a referir a lo político porque de todos es conocido, y además, porque por razones de edad, no era
esa una cuestión que a mí me afectara ni mucho ni poco, todavía. Pero en lo
social, aquel no fue precisamente un periodo dulce o de justicia social.
Digamos, que casi todos por no decir todos, éramos o fuimos pobres, sobre todo
si comparamos la situación con las vividas luego en democracia en España y en
Europa. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán, aunque en nuestro
caso, esa igualación por lo bajo resultó positiva en el sentido de que no hubieron
en general desigualdades sociales significativas, y al menos en nuestro
entorno, no era posible envidiar a quien no tenía. Lo que sí es cierto y me
atrevo a afirmar, es que lo que se dice pasar hambre como la generación
anterior, a nosotros afortunadamente no nos tocó. Fueron unos años de escasez y de carencias
evidentes e innegables, que tampoco nos afectaron demasiado (digo a los niños)
porque no habíamos conocido otra cosa. A pesar de todo, fuimos niños felices y
juguetones, conocimos la solidaridad de los que nada tienen. Recibimos una educación
primaria y secundaria de calidad, gracias a diversas instituciones como el
Patronato, los Maristas, las Monjas, la Alianza israelita o la Misión
universitaria y cultural francesa. Aunque
algunos, los que estudiamos en el Colegio Francés, para acceder a la
secundaria tuviéramos que desplazarnos
a otras ciudades más o menos
cercanas.
Creo haber
descrito aquella época con crudeza, en varios relatos y más concretamente en uno titulado “Los trenes de mi infancia” : “Era
la tristeza de unos niños hambrientos de tren, de “fuerte”, de soldaditos de
plomo, de balón de reglamento. Era la mirada angustiada de unos niños de
posguerra, dentro de aquellos pantalones “tres cuarto” zurcidos, dentro de
aquellos “jerseys” oscuros como la época, dentro de aquellos eternos zapatos
“gorila” a los que mamá había tenido que coser el contrafuerte para que
aguantaran un invierno más. Toda nuestra infancia, toda nuestra España, era un
parche para seguir tirando, porque cuando fuésemos mayores, seríamos otra cosa nos compraríamos el tren o la bicicleta que
los mayores no querían o no podían regalarnos. Pero, ¿Quienes eran estos Reyes
Magos tan pobres, tan poco generosos ?. Lo habían ido dejando todo en el
camino, por Francia, por Europa, claro, como España estaba al final del
trayecto... eso nos decían. Ni siquiera teníamos niños a quienes envidiar, todos éramos pobres.”
De esa primera infancia, destacaría por encima de todo, sus olores: olor
a marisma, a yerbabuena, a culantro, a pinchitos, a “chuparquía”, a pan amasado
y cocido en el horno del Zoco Chico, a “jaban coluban”, a sardinas asadas, olor
a Camel de los cigarros que fumaban mi padre y mis tías, a dafina, el guiso de
los sábados en casa de mi abuela Luna, a
especias de los puestos y las tiendas, a grasa de cordero y a badana de los puff (que creo tenían el mismo
origen)…Hace muy poco tiempo empecé a escribir un relato del que extraigo el
comienzo. Aliocha soy evidentemente yo, y lo que cuento es exactamente lo que
me parecía mi vida en esos primeros años en Larache, mi pueblo natal. Nadie
elige donde nace, ni donde transcurrirá su primera infancia, pero puede ocurrir que el lugar de nacimiento determine su manera de
ser y de percibir el mundo.
Larache: Primeros pasos
“Aliocha ha salido a pasear sin
objeto, camina con alegría, es muy joven
y la vida para él es un descubrimiento diario. Todo le sorprende y le asombra.
Mira con admiración a su padre y trata siempre de contentar a su madre. Quiere
agradar. Son sus primeros pasos por el camino. Cree que todos los que le rodean
son sus maestros y que todos encierran algo que aprender. No se hace
planteamientos extraños, ni preguntas sin sentido. Los maestros están para
enseñar y la letra con sangre entra, como dice su amigo Nisimico, que por
cierto es bizco. Hay que ser disciplinado y aplicado. Siempre va contento hacía
el colegio. Le gusta. Sus amigos son numerosos y virtuosos. Su madre le canta
el ángel de la guarda antes de dormirse: “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni
de día”. Tiene una familia amplia y se
siente reconfortado y protegido. La naturaleza es misteriosa y bella. Siempre
se extasía ante los colores de algunas mariposas. El campo huele a vida.
Aliocha es un niño feliz y tan ingenuo que conmueve. Su padre le puso ese nombre,
el del más pequeño de los Hermanos
Karamazov en homenaje a Dostoievsky. Aliocha es curioso. Recorre con los amigos
todas las calles y callejones de su pueblo. No hay rincón que se le resista. A
su edad es algo atrevido. Pero él quiere saber dónde vive. Cuando no tiene
colegio, le gusta estar en la calle a todas horas, incluso a la sagrada hora de la siesta, y eso le ha acarreado
algún que otro disgusto con los padres de sus amigos. Le encantan los juegos y
los practica todos. Ha aprendido a convivir con el espléndido sol y con el mar
majestuoso. Le sorprende la belleza de los acantilados de su pueblo natal y la
bravura de su mar. Aliocha ama la vida y sus encantos. Sus amigos, van a la
Iglesia, a la Mezquita o a la Sinagoga. En esto, él se siente un poco despistado
y no entiende muy bien estas cosas, que en cierto modo le resultan extrañas
como niño que es. Pero, en el fondo le da igual entrar en un templo que en
otro, con tal de acompañar a algún amigo. Luego los dos se ríen, como si les
hicieran gracia estas cosas de mayores. A él lo que le ocupa y le distrae es
correr, saltar y jugar todo el tiempo. También ha descubierto el cine y le
apasiona ver películas, incluso en sesión continua. Aliocha es un niño feliz. “
Fui por lo tanto un niño larachense feliz y desde el recuerdo de esa
felicidad primera, al adulto solo le queda rendir tributo a su pueblo. Y ese
homenaje queda reflejado en mis relatos, que también pretenden hacer realidad
el sueño de una noche de verano, que empezó seguramente, cuando desde la ventana
del ático de Edificio Bustamante, el niño que yo era, contemplaba con deleite,
en las noches cálidas de verano, las luces de los pesqueros en el horizonte
que le ofrecía el Balcón del Atlántico.
2
Para hablar de Tánger,
quisiera empezar citando unas hermosas palabras de Domingo del Pino, que
definen magistralmente lo que él acertadamente llama: “ la utopía necesaria …que tanto si fue cierta como si no lo fue,
merecería haberlo sido.” En esta
frase se condensan los sentimientos que nos provocan los recuerdos a aquellos
que un día fuimos y nos sentimos tangerinos. La permanencia de esa duda de no
saber con certeza si lo vivido fue real o imaginado, de no saber si aquel paraíso existió o fue soñado. Tal fue la utopía
tangerina. Dejemos hablar a Domingo.
“La utopía necesaria de Tánger que
estamos construyendo a partir de Antonio y Emilio es un hermoso edificio de
palabras y recuerdos, que flota en el ambiente con mayor fuerza que la realidad
y que nos recuerda que tanto si fue cierta como si no lo fue en todos sus
matices, merecería haberlo sido. Se trata, ni más ni menos, de disponer de un
lugar donde poder ser judío, cristiano, musulmán o agnóstico en libertad, de
profesar las ideas que cada cual profese sin temor y sin violencias, de
respetar la forma en que cada cual expresa su relación con el amor, que es lo
que distingue al ser humano – hombre y mujer – de los seres irracionales.”
En ese mismo sentido expresado por Pino, es muy representativa esta
reflexión de Eduardo Haro Tecglen: “Muchas
veces pienso que Tánger era un estado de ánimo y que probablemente se instala
para siempre en esa parte un poco fantasmal de la memoria, en la que algunas
personas no sabemos distinguir lo que fue verdad de lo que fue mentira.”
Siguiendo con las citas de otros,
el comentario que sigue de Raquel
Cornago de Radio Sefarad sobre mis relatos y cuentos tangerinos, donde se hace
referencia a algunos aspectos fundamentales subyacentes en las intenciones del
autor expresados con palabras justas y
cariñosas.
“El escritor larachense León Cohen Mesonero ha dedicado varios hermosos homenajes
a un tiempo y a una ciudad, Tánger, recordada, recreada y revivida en una
decena de relatos cortos que, nos dice, son además “tributos a la amistad y a la multiculturalidad”. Cohen, que eligió
ser tangerino, y es autor de títulos como Entre dos aguas, La memoria blanqueada o el más reciente Apuntes, recorre lugares entrañables de la ciudad de
su juventud- el cine Goya, el Roxy, el Lycée Regnault, la calle Juana
de Arco– revisitando personajes reales y ficticios nacidos de sus recuerdos y de su
pluma: Mohamed Chukri, Ángel Vázquez, Juanita Narboni, Sol Bensusan, Simon
Cohen, David Mamán, Gerard Zaoui, Monsieur Rousseau y Monsieur Fabre, Mme
Bouadana… “
Por mi parte, creo lo más adecuado dejar
hablar a Juanita, personaje de uno de mis cuentos, titulado “Encuentro
en Tánger” .
“Porque los tangerinos no hablábamos varios
idiomas, los interiorizábamos y los hacíamos nuestros. Decía un famoso filósofo
español, creo que era Emilio Lledó: “Los otros son otros en la medida en que
son diferentes de nosotros; la otredad es entonces esa posibilidad de
reconocer, respetar y convivir con la diferencia”. Sin embargo, la manera
tangerina de considerar la “otredad” enriquece, profundiza y amplía esa hermosa definición. No se trata ya solo
de tolerar o de aceptar al otro, los tangerinos dimos un paso más, en el
sentido de considerar al otro como a uno
mismo, de ser en definitiva igual que el otro, de forma que el otro
deja de ser otro y por tanto diferente. Y qué mejor para conseguirlo que hablar
como el otro. Cuando una o uno se refería o pensaba en Gerard, Maurice, Khalid,
Carmen, Alberto, Luigi o Rachida, solo veía unos rostros o más precisamente
unos seres, cuyos nombres no eran más que etiquetas para distinguirlos, sin
ningún otro prejuicio o componente racial, social o religioso. ¿Quién podría
sentirse extranjero en aquel Tánger?”
La
culminación de aquel viaje al tiempo de la adolescencia en Tánger, son mis tres
últimos relatos-cuentos escritos entre
2015 y 2017: La Librairie des Colonnes,
la Calle Goya y Encuentro en Tánger, un homenaje de cariño a una época y a
una ciudad como Tánger, que como
narrador intento interiorizar y convertir en el
escenario y en el objeto central
de las tres historias que te invito a leer y a interpretar desde tu
posición de lector ajeno a mis vivencias.
En
el primer cuento que aquí te presento, La Librairie des Colonnes, te toparás
amigo lector, con una especie de museo viviente donde tres mujeres reales
guardan las esencias culturales de aquella ciudad que yo llamaría
multidimensional, pues muchas fueron sus dimensiones. También podrás asistir a
un intercambio dialéctico entre personajes reales y de ficción, donde el
propósito es mostrar y demostrar “la grandeur” y la singularidad de un tiempo y
de un lugar incomparables, al menos para los que los vivimos y conservamos la sensibilidad de recordarlos con cariño.
La Calle Goya, el segundo cuento, que
parece, solo parece, algo así como la segunda parte del primero, es sobre todo
un paseo imaginario por cada tramo de esa calle, con encuentros ficticios a
cada paso, con conocidos, profesores y
amigos, donde sobre todo emergen el cariño por los personajes y la nostalgia del tiempo perdido, para
culminar en un final inesperado, donde los dos amigos se diluyen en el tiempo y
la distancia, en una escena que pretende ser símbolo y homenaje a la amistad
eterna.
Encuentro en Tánger, el tercer
y último cuento, relata el encuentro de
dos mujeres tangerinas en el salón de un
hotel de Tánger. Juanita Narboni y Sol Bensusán, personajes de ficción, se
expresan, se confiesan y a la vez relatan su
relación con su ciudad de origen y la
influencia de esta sobre sus personalidades. Siguiendo la misma línea narrativa
que en los dos cuentos anteriores, con
este se cierra esta trilogía donde Tánger es motivo y protagonista.
El
autor, 2017
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