Los reinos solares de
Manuel Gahete. XXII Premio de Poesía de
Rincón de la Victoria. Málaga 2014.
Por Paloma Fernández Gomá
Si atendemos a aquellas
palabras que pronunciara San Juan de la Cruz: “La música oculta y el silencio
sonoro de la palabra” y leemos las páginas de Los reinos solares de Manuel Gahete, hallaremos la palabra sonora, música callada que va recitando los versos de
Gahete, desde un cromatismo que siempre se
ajusta al poema con precisión, respetando los pulsos necesarios de la
poesía, para que ésta no pierda un ápice de su transmisión ni se debata en
versos demasiado largos que resten esencia.
El poemario está conformado
por tres apartados: El mármol y la sangre, La nieve y el
fuego y El acero y el oro.
Cada apartado queda subdividido
en distintos títulos y poemas; así el primer apartado consta de La torre de las
vírgenes (nueve poemas), Legado de
Sagunto (cuatro poemas), Numancia en luz
(cinco poemas), Farsalia (tres poemas).
En el apartado La nieve y el fuego está Cartago (dos
poemas), El cáliz de los muertos (un poema), Sinagoga (tres
poemas), Azarías (tres poemas).
En el acero y el oro leemos
Tezcatlipoca ( ocho poemas), Huitzilopochtli (doce poemas), Tecun- uman (
cuatro poemas), Quetzalcoatl,
Caupolicán (seis poemas), Cuauhtémoc (tres poemas).
Los últimos versos de Manuel Gahete
dicen:
“No me siento
heredero de los hombres.
Tal vez mi corazón no fue
mar nunca”.
Y desde esta convicción el
poeta extiende su palabra orlada de versos constitutivos de esplendor
métrico, en una musicalidad perfecta y
de corte clásico, para reflexionar sobre todo ser humano que sufre o haya sufrido la violencia tanto física
como psíquica.
Manuel Gahete nos ofrece
una oratoria de versos interpelativos hacia aquellos héroes anónimos que
dejaron la razón de su existencia en el patrón de sus actos, así nos lo da a conocer el poeta en versos como: “Una hoguera de cuerpos
son palabras/ deja que el sol encienda las ausencias…./¿Qué razón hay para
acallar el miedo?.”
Y nuestro poeta también extiende
su mirada hacia Cartago, y a las vírgenes de olor a membrillo, a Sagunto y su legado, y América
en sus poemas abre sus valles y sus ojos a la mirada de España, que interpreta signos y sombras de aquellas
mareas más alejadas que dicen ser parte de su nombre.
Y leemos:
“Con la sal en los labios
y ese sudor caliente que
funde la fatiga,
creyente de una estirpe
de mártires adeptos al
torpe sacrificio,
vejado, escarnecido, roto
en la lucha, cráter
de sonidos sin alma…” (pag.
50)
Y continúa nuestro poeta para ir hilvanado una senda de
periferias que se unen en “su mar”, mar
de la reconciliación de los
hombres, de equilibrio entre su
pasado y el futuro.
Poesía de compromiso con el
ser humano y sus referencias existenciales.
Manuel Gahete escribe:
“El hijo de la luz abre su carne.
Bebe savia amarilla de los
frutos.
Acude con sus dioses
a besarnos los ojos…” (pag.
79).
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