Cisne Esdrújulo de Antonio
Enrique. Colección Genil de Literatura 2014. Diputación de Granada.
Por Paloma Fernández Gomá
Antonio Enrique escribe
Cisne Esdrújulo para Trinidad Sevillano. Ella le inspira los versos del
poemario. Las ilustraciones de Miguel Rodríguez -Acosta, basadas
en la danza clásica, acompañan los poemas de Antonio Enrique, que describen de
forma precisa la belleza de giros, saltos, torsiones, que la bailarina realiza
en el escenario. Su cuerpo ejerce la magia del movimiento y el poeta transcribe
esta energía vital a través de sus poemas, que son raíz de sintonía única entre
las palabras y la danza, que gravita en
el poema como una espiral oculta que resalta todos y cada uno de los momentos
que unen el arte del verso con el del movimiento de la
bailarina en el espacio, siendo pluma visible de trazos, en destellos de luz, ante los ojos del poeta.
El libro consta de
cincuenta y un poemas desde los que Antonio Enrique escribe con el alma y la
admiración a la mujer, a la bailarina y al arte que ella ejerce en su
danza.
La bailarina es arco que se tensa, roca
compacta, mástil y pálpito del firmamento, alondra, tesón del mar, valle de
sombras, relámpago entre el cielo y la tierra.
Dice el poeta: ”Yo conocí
una vez a una bailarina” y desde ese momento se transforma su mundo para girar en torno a esa silueta que emerge del movimiento y se
hace elemento imprescindible para concitar verso y danza, en un espacio de
continuidad inasible, que desplaza
el presente hacia la puerta de la intemporalidad, del límite entre lo abstracto y la realidad.
Antonio Enrique escribe un
verso ágil y sutil, lleno de percepciones que traslada las connotaciones de los
astros a través de los giros, que sobre sí misma va trazando la danza de la
bailarina.
Los poemas de Cisne Esdrújulo dejan un espacio para el
silencio, donde flota el equilibrio y la habilidad sensitiva
del poeta en versos cargados de dinamismo:
“Gira el mundo
En toda su potestad de
orbe.
Redondo, pesado y rotundo
gira y su fuerza
es la fuerza que mueve su
torso” (pag. 42)
Y el mundo se ciñe al
escenario y se hace timón que inspira el
salto, pirueta en arabesco de trazos o cometa que se desplaza en el firmamento.
Pero para el poeta la bailarina si bien es belleza
en extremo, también es sacrificio en el
frío que condensa el espectáculo,
voluptuosidad, dolor y pasión.
Los versos de nuestro poeta
se entrelazan en una serie sincronizada de palabras que describen el amor hacia la belleza.
La vida vibra en todos los versos del libro y lo hace de forma
precisa para exaltar un espasmo de sincronización entre el cielo y la tierra,
que encierran los poemas de Cisne
Esdrújulo.
El espíritu de la danza poseyó a la bailarina dice Antonio Enrique:
“Baile sobre una copa
de ámbar.
La diadema y el tutú,
el corpiño, las
medias blancas
y las puntas.
El corsario espera..”
Espera la realidad,
acechando en las esquinas del escenario para romper el idilio del momento, la
plenitud de los sentidos en el vértigo de los giros.
“La danza es el lenguaje
por excelencia “ sostiene Antonio Enrique y así lo demuestra con este poemario
que es culto al movimiento de la danza, hecho
palabra; amor a la bailarina que
deja exhaustos los sentidos y vierte la paz de la entrega sobre el escenario.
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