IRIS DE PALOMA FERNÁNDEZ GOMÁ
FRANCISCO MORALES LOMAS. Presidente de la Asociación Andaluza de de Escritores y Crítircos Literarios.
Con Iris (Ánfora Nova, 2018) Paloma
Fernández Gomá penetra directamente en la cotidianidad. Las situaciones del día
a día están muy presentes en una obra de las pequeñas cosas y la huella que el
paso del tiempo asesta sobre estas, pero también sobre nosotros mismos como
agentes últimos de su acción.
A través de la mirada,
el sentido que más importancia adquiere en la obra, Fernández Gomá va acercándonos
al álbum familiar, a la casa deshabitada, a la alberca, al parque, a las hojas
de té, al balcón, a la playa… pero también a los destellos, la noche, el
incienso y la memoria. Precisamente en
el poema “Mirada” dirá:
Es la mirada ajada
de los años
la gran ausente de un
estereotipo
reglado para los
formularios,
un espejo que refleja
la agonía
del tiempo concluido,
una barrera incapaz de
traspasar
los poros de la piel
que ha consumado horas
de espera.
A través de abundantes
recursos metafóricos y símiles va estructurando un poemario de la memoria,
iniciado con el título Iris en clara
alusión a esa mirada, a esa luz que se filtra en él y recorre la vida. Es un
camino, al fin y al cabo lleno de surcos y de límites, en el que también hay
una contemplación hacia lo vivido, a un tiempo detenido que se trata de
recuperar, un tiempo inexplorado incluso que quedó por vivir. Y en ese luminoso
recorrido los recursos al campo semántico de la luz no podrían estar ausentes
en ese icono de la playa lejana o en el mismo poema homónimo “Luz”: “Un poema
se vierte en el núcleo/ del horizonte/ abriendo esquemas aprendidos”.
Así es su poesía un
detención en ese horizonte, una visualización penetrante en un tiempo que va
delimitando nuestra razón de ser, nuestras palabras y nuestra existencia, y en
el que militan la necesidad de crear una custodia en torno a su paso, fundar la
fertilidad de los momentos en ese juego de luces y sombras: “Nuestro tiempo es
tarea de corsarios/ que trafican con la neutralidad/ y prometen cruzar muros de
conjuros y galimatías”.
En su recorrido vital
no puede faltar el compromiso en torno a esa ola de refugiados en el poema “Los
niños”, ni tampoco la necesidad de renacer continuamente para “recoger las
hojas nuevas”. La poesía de Paloma Fernández Gomá siempre vitalista y luminosa,
va mirando hacia el futuro y, en este poemario de la memoria, va de un extremo
a otro del hilo temporal para describirnos su razón de ser, a pesar del hambre,
de las emigraciones. Y para ello la naturaleza, como espacio dotado de energía,
con enorme valor metafórico, tiene un valor fundamental.
El poemario deambula
pues, entre presente y pasado: de aquel rescata las señales que quedaron
adheridas a la existencia, “el coste de sentirse vivo”; de este su
improbabilidad, su falta de seguridad y su desolación. Hay una contemplación
que nace de esa mirada, con afán de una fotografía que lo inmovilice todo y nos
permita adentrarnos con rigor y también la necesidad de soñar, a través de una
naturaleza siempre vital en la que ese cofre de los sueños se va forjando como realidad.
Po momentos, ante ese
paso del tiempo, surge la nostalgia de lo vivido y también esa alianza con la
soledad mientras el alma dormita.
Una poesía muy
descriptiva e intimista pero que tanto mira hacia el yo como hacia el mundo en
derredor, con expresiones muy sonoras en ocasiones, y otras una callada
presencia de la casa deshabitada y “la mirada invertida en la penumbra”. Una
lírica para construir el tiempo, la memoria, el olvido y la luz que todo lo
imanta desde ese “Iris” inicial:
Somos efímera raíz
de un pasado, que se
consume
interpretando el
vértice de las estrellas.
Y se inician el vuelo
de las tórtolas
detrás de cada mirada,
balaustrada ingente
que acoge la espera de
las horas
cuando parte el tren
y se difuminan los
cercos
detrás de los
cristales, vaciando el recuerdo
que se pierde en la
mirada.
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