jueves, 19 de diciembre de 2019






IRIS DE PALOMA FERNÁNDEZ GOMÁ

FRANCISCO MORALES LOMAS. Presidente de la Asociación Andaluza de de Escritores y Crítircos Literarios.

Con Iris (Ánfora Nova, 2018) Paloma Fernández Gomá penetra directamente en la cotidianidad. Las situaciones del día a día están muy presentes en una obra de las pequeñas cosas y la huella que el paso del tiempo asesta sobre estas, pero también sobre nosotros mismos como agentes últimos de su acción.
A través de la mirada, el sentido que más importancia adquiere en la obra, Fernández Gomá va acercándonos al álbum familiar, a la casa deshabitada, a la alberca, al parque, a las hojas de té, al balcón, a la playa… pero también a los destellos, la noche, el incienso y la memoria.  Precisamente en el poema “Mirada” dirá:
Es la mirada ajada
de los años
la gran ausente de un estereotipo
reglado para los formularios,
un espejo que refleja la agonía
del tiempo concluido,
una barrera incapaz de traspasar
los poros de la piel
que ha consumado horas de espera.
A través de abundantes recursos metafóricos y símiles va estructurando un poemario de la memoria, iniciado con el título Iris en clara alusión a esa mirada, a esa luz que se filtra en él y recorre la vida. Es un camino, al fin y al cabo lleno de surcos y de límites, en el que también hay una contemplación hacia lo vivido, a un tiempo detenido que se trata de recuperar, un tiempo inexplorado incluso que quedó por vivir. Y en ese luminoso recorrido los recursos al campo semántico de la luz no podrían estar ausentes en ese icono de la playa lejana o en el mismo poema homónimo “Luz”: “Un poema se vierte en el núcleo/ del horizonte/ abriendo esquemas aprendidos”.
Así es su poesía un detención en ese horizonte, una visualización penetrante en un tiempo que va delimitando nuestra razón de ser, nuestras palabras y nuestra existencia, y en el que militan la necesidad de crear una custodia en torno a su paso, fundar la fertilidad de los momentos en ese juego de luces y sombras: “Nuestro tiempo es tarea de corsarios/ que trafican con la neutralidad/ y prometen cruzar muros de conjuros y galimatías”.
En su recorrido vital no puede faltar el compromiso en torno a esa ola de refugiados en el poema “Los niños”, ni tampoco la necesidad de renacer continuamente para “recoger las hojas nuevas”. La poesía de Paloma Fernández Gomá siempre vitalista y luminosa, va mirando hacia el futuro y, en este poemario de la memoria, va de un extremo a otro del hilo temporal para describirnos su razón de ser, a pesar del hambre, de las emigraciones. Y para ello la naturaleza, como espacio dotado de energía, con enorme valor metafórico, tiene un valor fundamental.
El poemario deambula pues, entre presente y pasado: de aquel rescata las señales que quedaron adheridas a la existencia, “el coste de sentirse vivo”; de este su improbabilidad, su falta de seguridad y su desolación. Hay una contemplación que nace de esa mirada, con afán de una fotografía que lo inmovilice todo y nos permita adentrarnos con rigor y también la necesidad de soñar, a través de una naturaleza siempre vital en la que ese cofre de los sueños se va forjando como realidad.
Po momentos, ante ese paso del tiempo, surge la nostalgia de lo vivido y también esa alianza con la soledad mientras el alma dormita.
Una poesía muy descriptiva e intimista pero que tanto mira hacia el yo como hacia el mundo en derredor, con expresiones muy sonoras en ocasiones, y otras una callada presencia de la casa deshabitada y “la mirada invertida en la penumbra”. Una lírica para construir el tiempo, la memoria, el olvido y la luz que todo lo imanta desde ese “Iris” inicial:
Somos efímera raíz
de un pasado, que se consume
interpretando el vértice de las estrellas.
Y se inician el vuelo de las tórtolas
detrás de cada mirada, balaustrada ingente
que acoge la espera de las horas
cuando parte el tren
y se difuminan los cercos
detrás de los cristales, vaciando el recuerdo

que se pierde en la mirada.

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