Iris, Paloma Fernández Gomá, Poesía, Colección Ánfora Nova, 60,
Rute, 2017.
Albert Torès García
Con estos
44 nuevos poemas, la autora madrileña, Paloma Fernández Gomá, rubrica otro
poemario esencial donde el compromiso espiritual y literario marca un lugar
determinante en su itinerario poético, reforzado por una serie de elementos
formales, rítmicos, estructurales y sintácticos que conforman un territorio
donde la reflexión y la acción poética, sus deseos más ardientes y sus temores
más profundos se suceden para lograr una dinámica espacio temporal que gira
alrededor del espejo para tensionar memoria y olvido, tradición y
modernidad: “Así se fue tejiendo la urdimbre/de lo imperecedero/o una
presencia de vida acotada/por la materia./Atrás quedó un tiempo inexplorado/que
quedó por vivir”, leemos en el poema “La noche”; porque “se difuminan
los cercos/detrás de los cristales, vaciando el recuerdo/que se pierde en la
mirada” más será “un espejo que refleja la agonía/del tiempo concluido”.
En todo caso, la poetisa forma parte de esa tendencia del Humanismo
Solidario e introduce un concepto primordial: el de la esperanza. En el poema
“Mirada” lo expresa con belleza absoluta “ y en el andén aguardó siempre la
esperanza/con sus distintas voluntades/participando junto al tiempo/de versos y
testimonios”, bien podría ser no solo el mensaje central sino la poética de
Iris donde la mirada tierna y rebelde, humanista y solidaria es el posicionamiento
poético de primer orden.
Un poemario que desde el título nos invita
a la ensoñación, la diversidad, la complicidad, la victoria de la estética
desde la profundidad de los símbolos. Está fuera de duda el evocador poder que
encierran los poros de la piel, las hojas del almanaque, los mitos de la noche
o los ojos de la lluvia. En Cáliz amaranto, el vaso sagrado de oro o de
plata se multiplicaba el entramado simbólico al asociarlo a las
variedades carmesíes, blancas o jaspeadas de la planta amarantácea. Una
multiplicación que jugaba además con la posibilidad de la doble acepción del
cáliz, el marcado por su lado natural como sería la cubierta externa de las
flores completada, o su lado trascendental por su carácter sagrado y diríamos
que poético. Por tanto, nuestra autora insiste en ese recorrido y para ello
hará recursos de binomios contrapuestos, la luz y la oscuridad, las entrañas y
las apariencias, el sueño y la vigilia, el recuerdo y la conciencia.
Paralelamente la autora inserta esas
relaciones esperanzadores de la humanidad con la naturaleza, la tierra, los
orígenes que, por un lado, expresan la fortaleza del vínculo y por otro la
fragilidad de la vida. Probablemente por ello, inicia su poemario con una cita
de Garcilaso de la Vega: “Ves aquí un prado lleno de verdura,/ves aquí una
espesura,/ves aquí un agua clara/en otro tiempo cara,/a quien de ti con
lágrimas me quexo”.
Desde luego, hay una sugerente fijación en
observar y describir la naturaleza, con la voluntad acaso de aprehender el paisaje
como un modo de representación de la humanidad con respecto al mundo. Los
ejemplos se multiplican (las orillas, las riberas, las colmenas de miel, los
campos, el agua, el lumen, el brote de los tallos, la siembra, el fruto, etc…)
y si las flores muestran la fragilidad de la vida frente a la muerte así como
el paso del tiempo, el agua como río, como arco demuestra la esperanza, la vida
en toda su plenitud. Por tanto, esa recurrencia léxica se estructura como
instrumento poético para la caracterización de lo tangible y lo imperceptible,
contrastando con un glosario actualizado de organigramas, ordenadores,
contraseñas que acoge no solamente los sueños que se reflejan en espejos, sino
asuntos como la emigración, la otredad, la diversidad de lengua, en definitiva,
todo un imaginario humanista solidario. Por ende, la evocación natural refuerza
un lenguaje lírico armónico, de esta suerte los campos léxicos de los pistilos,
el polen, los narcisos, la rúcula, el ciclamen, la espiga, el germen, el mirto,
el néctar de las flores hasta las flores secas son testigos excepcionales. Todo
se orienta a despertar los sentidos del lector. Los vínculos que se crean,
encuentran un empleo metafórico de la naturaleza como reflejo de las
emociones. Conviene por tanto delimitar el marco del paisaje como eje
vertebrador del poemario Iris. Tampoco puede permanecer ajeno el guiño
de la poetisa a la tradición. Al acto propio de la metamorfosis donde puede
incluirse el propio proceso escritural le añadimos la amplitud misma de recurrencias,
tal es el caso de carpe diem coincidiendo con un poema con ese mismo
tema. El precepto artístico según el cual hay que renovar o morir halla su
razón de ser en este poema, de hecho se debe “nacer en cada momento/para
recoger las hojas nuevas”. Poner libertad en esas esferas de reescritura es
a todas luces congruencia formal y proceder natural de toda poesía que se
precie y de este hermoso poemario en particular. Emociones que vendrán
reforzadas por la belleza del paisaje, los sentimientos de la humanidad y la
naturaleza como si fueran las lágrimas de Afrodita y Apolo el riego del
árbol para aparecer en todo su esplendor. A todas luces, la fuerza de la pasión
amorosa es elemento determinante en el florecimiento de lo natural, que además
es un rasgo escritural recurrente en la obra de Paloma Gomà. El propio
Garcilaso planteaba un juego sobre lo claroscuro, sobre el vaivén entre
pretérito y presente, el mundo de lo vivo y el de la muerte. Por ello, la cita
de Garcilaso es un principio de declaración que atestigua ese testimonio de
contrarios. La poetisa establece de ese modo un vínculo transparente entre las
alusiones al estado del alma, incluso a la significación de su ser con
respecto al mundo y el mundo vegetal, la flora, el paisaje, ambos dominios bajo
el manto de la palabra. A todas luces, la naturaleza desprende una sensualidad
que será puesta en contribución dentro de la creación de un nuevo espacio, tal
sería el esparcimiento artístico y espiritual.
Destaca de partida, o por ser exacto, al
término de la lectura, que la escritura poética de Paloma Fernández Gomá se
atenga al espacio, al símbolo, al concepto, a la metáfora, a los astros y
sustente una lírica inspección a algunos lugares que han sido y son centro de
hechos cruciales para la humanidad, en gran parte se materializa una invitación
a compartir sensaciones y reflexiones pero sin recurrir a la interrogación. Lo
veíamos en Cáliz Amaranto y ahora en Iris, no es libro de
preguntas sino de categorizaciones naturales, una suerte de mirada paradigmática
que trenza el arte de la escritura con la historia, el amor con el paisaje, la
vida con la palabra plena.
Sin duda, Paloma Fernandez Gomà atiende a
la concepción de Roland Barthes de sentir la poesía como lenguaje soñado, un
lenguaje que aproxime lo imaginario a lo familiar, el símbolo al dato literal y
al tiempo que superponga nuestra capacidad para soñar y, desde luego, actuar en
un incesante retornar, un comienzo inacabable. El poema “Comenzar de nuevo”, da
muestra de ello:
Queda la fugacidad de lo vivido
El espejo marchito y los surcos
desdibujados.
La mirada se preña de cansancio,
obstinándose
En mirar de nuevo, pero siempre contempla
lo mismo:
Filtros que guardan sueños, un rumor
discontinuo
Y un paisje difuminado.
La perspectiva se hace opaca
Y se hunde en ritos de silencio.
Después comenzar de nuevo,
Volver al requisito establecido
Para que comience la primavera.
Iris viene a reforzar una obra de gran creatividad, una
trayectoria poética incontestable donde la atención al lenguaje soñado es un
rito del que no queremos despertar.
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