martes, 1 de enero de 2019



Iris, Paloma Fernández Gomá, Poesía, Colección Ánfora Nova, 60, Rute, 2017.
Albert Torès García
                                                                                     Con estos 44 nuevos poemas, la autora madrileña, Paloma Fernández Gomá, rubrica otro poemario esencial donde el compromiso espiritual y literario marca un lugar determinante en su itinerario poético, reforzado por una serie de elementos formales, rítmicos, estructurales y sintácticos que conforman un territorio donde la reflexión y la acción poética, sus deseos más ardientes y sus temores más profundos se suceden para lograr una dinámica espacio temporal que gira alrededor  del espejo para tensionar memoria y olvido, tradición y modernidad: “Así se fue tejiendo la urdimbre/de lo imperecedero/o una presencia de vida acotada/por la materia./Atrás quedó un tiempo inexplorado/que quedó por vivir”, leemos en el poema “La noche”; porque “se difuminan los cercos/detrás de los cristales, vaciando el recuerdo/que se pierde en la mirada” más será “un espejo que refleja la agonía/del tiempo concluido”. En todo caso, la poetisa forma parte de esa tendencia del Humanismo Solidario e introduce un concepto primordial: el de la esperanza. En el poema “Mirada” lo expresa con belleza absoluta “ y en el andén aguardó siempre la esperanza/con sus distintas voluntades/participando junto al tiempo/de versos y testimonios”, bien podría ser no solo el mensaje central sino la poética de Iris donde la mirada tierna y rebelde, humanista y solidaria es el posicionamiento poético de primer orden.
Un poemario que desde el título nos invita a la ensoñación, la diversidad, la complicidad, la victoria de la estética desde la profundidad de los símbolos. Está fuera de duda el evocador poder que encierran los poros de la piel, las hojas del almanaque, los mitos de la noche o los ojos de la lluvia. En Cáliz amaranto, el vaso sagrado de oro o de plata se multiplicaba el entramado simbólico  al asociarlo a las variedades carmesíes, blancas o jaspeadas de la planta amarantácea. Una multiplicación que jugaba además con la posibilidad de la doble acepción del cáliz, el marcado por su lado natural como sería la cubierta externa de las flores completada, o su lado trascendental por su carácter sagrado y diríamos que poético. Por tanto, nuestra autora insiste en ese recorrido y para ello hará recursos de binomios contrapuestos, la luz y la oscuridad, las entrañas y las apariencias, el sueño y la vigilia, el recuerdo y la conciencia.
Paralelamente la autora inserta esas relaciones esperanzadores de la humanidad con la naturaleza, la tierra, los orígenes que, por un lado, expresan la fortaleza del vínculo y por otro la fragilidad de la vida. Probablemente por ello, inicia su poemario con una cita de Garcilaso de la Vega: “Ves aquí un prado lleno de verdura,/ves aquí una espesura,/ves aquí un agua clara/en otro tiempo cara,/a quien de ti con lágrimas me quexo”.
Desde luego, hay una sugerente fijación en observar y describir la naturaleza, con la voluntad acaso de aprehender el paisaje como un modo de representación de la humanidad con respecto al mundo. Los ejemplos se multiplican (las orillas, las riberas, las colmenas de miel, los campos, el agua, el lumen, el brote de los tallos, la siembra, el fruto, etc…) y si las flores muestran la fragilidad de la vida frente a la muerte así como el paso del tiempo, el agua como río, como arco demuestra la esperanza, la vida en toda su plenitud. Por tanto, esa recurrencia léxica se estructura como instrumento poético para la caracterización de lo tangible y lo imperceptible, contrastando con un glosario actualizado de organigramas, ordenadores, contraseñas que acoge no solamente los sueños que se reflejan en espejos, sino asuntos como la emigración, la otredad, la diversidad de lengua, en definitiva, todo un imaginario humanista solidario. Por ende, la evocación natural refuerza un lenguaje lírico armónico, de esta suerte los campos léxicos de los pistilos, el polen, los narcisos, la rúcula, el ciclamen, la espiga, el germen, el mirto, el néctar de las flores hasta las flores secas son testigos excepcionales. Todo se orienta a despertar los sentidos del lector. Los vínculos que se crean,  encuentran un empleo metafórico de la naturaleza como reflejo de las emociones. Conviene por tanto delimitar el marco del paisaje como eje vertebrador del poemario Iris. Tampoco puede permanecer ajeno el guiño de la poetisa a la tradición. Al acto propio de la metamorfosis donde puede incluirse el propio proceso escritural le añadimos la amplitud misma de recurrencias, tal es el caso de carpe diem coincidiendo con un poema con ese mismo tema. El precepto artístico según el cual hay que renovar o morir halla su razón de ser en este poema, de hecho se debe “nacer en cada momento/para recoger las hojas nuevas”. Poner libertad en esas esferas de reescritura es a todas luces congruencia formal y proceder natural de toda poesía que se precie y de este hermoso poemario en particular. Emociones que vendrán reforzadas por la belleza del paisaje, los sentimientos de la humanidad y la naturaleza como si fueran las lágrimas de Afrodita y  Apolo el riego del árbol para aparecer en todo su esplendor. A todas luces, la fuerza de la pasión amorosa es elemento determinante en el florecimiento de lo natural, que además es un rasgo escritural recurrente en la obra de Paloma Gomà. El propio Garcilaso planteaba un juego sobre lo claroscuro, sobre el vaivén entre pretérito y presente, el mundo de lo vivo y el de la muerte. Por ello, la cita de Garcilaso es un principio de declaración que atestigua ese testimonio de contrarios. La poetisa establece de ese modo un vínculo transparente entre las alusiones al estado del alma, incluso a la significación de su ser  con respecto al mundo y el mundo vegetal, la flora, el paisaje, ambos dominios bajo el manto de la palabra. A todas luces, la naturaleza desprende una sensualidad que será puesta en contribución dentro de la creación de un nuevo espacio, tal sería el esparcimiento artístico y espiritual.
Destaca de partida, o por ser exacto, al término de la lectura, que la escritura poética de Paloma Fernández Gomá se atenga al espacio, al símbolo, al concepto, a la metáfora, a los astros y sustente una lírica inspección a algunos lugares que han sido y son centro de hechos cruciales para la humanidad, en gran parte se materializa una invitación a compartir sensaciones y reflexiones pero sin recurrir a la interrogación. Lo veíamos en Cáliz Amaranto y ahora en Iris, no es libro de preguntas sino de categorizaciones naturales, una suerte de mirada paradigmática que trenza el arte de la escritura con la historia, el amor con el paisaje, la vida con la palabra plena.
Sin duda, Paloma Fernandez Gomà atiende a la concepción de Roland Barthes de sentir la poesía como lenguaje soñado, un lenguaje que aproxime lo imaginario a lo familiar, el símbolo al dato literal y al tiempo que superponga nuestra capacidad para soñar y, desde luego, actuar en un incesante retornar, un comienzo inacabable. El poema “Comenzar de nuevo”, da muestra de ello:
Queda la fugacidad de lo vivido
El espejo marchito y los surcos desdibujados.
La mirada se preña de cansancio, obstinándose
En mirar de nuevo, pero siempre contempla lo mismo:
Filtros que guardan sueños, un rumor discontinuo
Y un paisje difuminado.
La perspectiva se hace opaca
Y se hunde en ritos de silencio.
Después comenzar de nuevo,
Volver al requisito establecido
Para que comience la primavera.
        
Iris viene a reforzar una obra de gran creatividad, una trayectoria poética incontestable donde la atención al lenguaje soñado es un rito del que no queremos despertar.


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